JAVALAMBRE 1.

Parecía que no iba a llegar nunca el día. Semanas y semanas de esperas, de nervios, de clases teóricas sobre todo lo que envuelve el mundo del esquí. Fue una sorpresa cuando D. Joaquín  Soto vino a clase para decirnos que nos íbamos a alojar en Teruel, en un hotel de *** estrellas.

El tiempo parecía no avanzar, pero por fin llegó ese maravilloso día 11 de febrero, miércoles, a las 15:30, con la maleta a rastras nos dirigimos al patio de deportes donde dos soberbios autocares nos estaban esperando. El Padre José María vino a despedirnos y a desearnos un buen viaje. Era nuestra primera noche fuera de casa y alejados de nuestros padres.

Todo era nuevo. A las 07:00 de la mañana sonó el despertador. Había llegado el gran día. Bajamos a desayunar y nos encontramos la primera gran sorpresa: un buffet donde no faltaba de nada. Una pasada el desayuno. Subimos al autobús y ahí empezó la gran aventura. Apena 35 Km desde Teruel a Javalambre y no tardamos mucho en empezar a divisar la nieve. Era mi primera vez. Rezamos en el autobús la misma oración con la que empezamos la jornada en el cole, pero en esta ocasión había súplica muy especial. Le pedimos al Señor que nos concediese un buen día de esquí. La nieve seguía cayendo. Llegamos al Javalambre a las 08:45 y por ello de que al que madruga Dios le ayuda, fuimos los primeros en recoger el material. Las clases empezaban a las 10:00, con lo cual había que darse prisa, pero ahí empezó el calvario. Las botas no entraban ni a la de tres. El nerviosismo era máximo y de poco sirvieron las nociones teóricas que nos habían dado en el cole. Alguno no era capaz ni de ponerse los guantes. Algún otro intentaba ponerse las botas de esquiar sin quitarse las que llevaba puestas.

Los profesores tuvieron que remangarse y arrodillarse a poner botas a diestro y siniestro. Nevaba copiosamente. En un tiempo record, todos, los 107 estábamos equipados y dispuestos a empezar. Después de comer vino lo bueno. Los que más sabíamos retábamos a los más miedosos, aunque la desafiante pista azul permanecía acechándonos sin poder bajar por ella, porque la consigna de los profesores era clara: “Nadie coge la silla para la pista azul si el monitor no lo autoriza”. Así discurrió el día hasta que a las cinco de la tarde guardamos el material y nos dirigimos al hotel. Una ducha rápida y salida a visitar Teruel, conocer la Plaza del Torico y ver un poco del arte Mudéjar que inunda esa ciudad.

Nuevamente a las 07:00 desayuno, bajada de maletas y despedida del hotel para dirigirnos a Javalambre. Todo iba bastante más rodado. El contacto con la nieve resultaba más familiar. Los descensos por las pistas verdes más dinámicos y más seguros y al acabar la clase vino la eclosión. Vencer el miedo, coger primero los remontes y después la silla y por fin la desafiante pista azul cayó rendida a nuestros pies. Buena parte de nosotros fuimos capaces de vencerla y bajarla. Eso sí en algún caso con más de un sobresalto, pero sin tener que lamentar males mayores y con la satisfacción y la alegría de saber que volveremos a esquiar y a sentir las sensaciones propias de quien ama la naturaleza, la pureza de la nieve y la inquietud de vencer dificultades y de afrontar retos que a fin de cuentas son los que la vida en sí nos depara en el día a día.

Bendito viaje, bendita nieve y benditos los que han sabido sobreponerse a las adversidades para regresar contando las maravillas que solamente los que estuvimos allí somos capaces de descifrar y de sentir.

En el viaje de vuelta comentaba con mi compañero de asiento las grandes excursiones que habíamos hecho en el colegio. El descenso del río Segura era hasta este momento la mejor, pero ahora, después de vivir la experiencia de la nieve en Javalambre, no me cabe la menor duda: acabamos de realizar la mejor excursión de nuestra vida.

 JAVALAMBRE 2.

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