El pasado Sábado Santo nuestro colegio acogió un año más el singular, tradicional, cultural y solemne acto de la Recepción del Caballero Cubierto. Un día grande para los oriolanos y en especial para esta Comunidad Educativa que veía como uno de sus compañeros pasaba a la historia de esta ciudad con este máximo reconocimiento que “tu pueblo y el mío” le puede dar a una persona…y ¡como no!…” tenía que ser aquí”, en tu casa, en nuestra casa”. ¡ENHORABUENA COMPAÑERO!
En primer lugar permítanme agradecer sinceramente las elogiosas palabras de la Sra. Concejala de Festividades. Si algo me ha caracterizado siempre, ha sido el amor a mi ciudad, su gente, sus costumbres y lugares. De ahí que no me cansaré de dar las gracias a la Corporación Municipal por este nombramiento, que asumo con un compromiso mayor hacia Orihuela, a todas las personas y colectivos que la forman, aportando todo lo que en mi humilde mano esté para ayudar a quien lo necesite.
También quisiera dar las gracias públicamente a los Ilustrísimos Señores Caballeros Cubiertos que hoy me acompañan, y a los que no han podido estar, por su acogida, sus muestras de afecto y sus sabios consejos. Es todo un honor compartir este reconocimiento con personas tan relevantes y que luchan incondicionalmente por esta tierra, cada uno desde su ámbito. Enhorabuena por ello.
Y tenía que ser aquí, en el lugar donde desde pequeño he aprendido todo lo que se, y sobretodo me ha hecho ser todo lo que soy, formándome como persona, cristiana e intelectualmente, rodeado de muy buenos maestros y profesores, algunos de ellos hoy compañeros míos. En esta casa que me ha cobijado en mis momentos buenos y los que no lo eran tanto, he tenido la suerte de conocer a algunas de las personas más importantes de mi vida, tejiendo un lazo de amistad irrompible que perdura con el paso del tiempo, desde nuestra niñez hasta siempre. Entre estos muros, donde se me permite ejercer cada día mi vocación de docente a través de la Física, colaborando con sus familias en la formación de todos aquellos adolescentes y jóvenes de los que, les aseguro, sigo aprendiendo día a día.
Tenía que ser aquí, símbolo de la historia y la tradición de un pueblo. El sueño de Loazes, del que se cumplen 450 años de su muerte, se hizo realidad, y a lo largo de los siglos ha permanecido, impasible, guardando en sus adentro las tradiciones más populares y arraigadas, que se han mantenido intactas con el paso del tiempo, a pesar de los cambios sociales o culturales de las distintas épocas vividas. La singular e irrepetible procesión del Santo Entierro es el mayor exponente de ello. Cada Sábado Santo, Orihuela se transporta a siglos pasados teniendo, además, el mejor de los escenarios posible, pues el marco incomparable del casco histórico orcelitano embellece, aún más, el tributo que toda la sociedad oriolana honra a su Cristo Yacente, portado por sus fieles costaleros. Y lo hace acompañando a su Madre para que nunca sienta “soledad”, siguiendo el ejemplo de Juan, y celebrando que la cruz ha triunfado sobre todos los males que acechan nuestro mundo, todo ello envuelto del sonido del “Stabat Mater” o del “Miserere”, y, como no, a ritmo de tambor roto de “armao”, completando la estremecedora escena. Quisiera destacar también, el papel fundamental que nuestras pedanías tienen en esta procesión, ya sea como costaleros o como alumbrantes, al igual que en todas nuestras costumbres, desempañando, sin duda, un papel esencial en esta tierra, en la que sabemos conservar las tradiciones heredadas de nuestros antepasados, revitalizándolas y actualizándolas, pero conservando su fundamento. Un pueblo que mima su esencia, es un pueblo que avanza firme hacia el futuro, con sólida base, sabiendo de dónde viene y a dónde quiere llegar. De ahí la importancia de que toda nuestra historia y tradiciones no quede en el olvido ni se desvirtúe. Debemos saber transmitirlas a los más jóvenes, mostrándoselas y acercándoselas para que su comprensión les permita interiorizarlas como un valor más de su persona, haciéndoles sentir la tradición como un impulso, no sucumbiendo a la tentación de aferrarse a ella sin más, sino como guía para la construcción de una sociedad más humana y justa en tiempos actuales. Precisamente, uno de los mayores honores que mi nombramiento como Caballero Cubierto me ha proporcionado, ha sido el de poder explicar a mis alumnos qué significa lo que hoy revivimos y, créanme si les digo que, el interés mostrado ha superado todas mis expectativas.
Tenía que ser aquí, donde la Fe y la Razón dialogan sin complejos desde hace siglos, rompiendo tabúes o ideas erróneas sobre la supremacía de una sobre la otra. Sólo desde ambos ámbitos puede entenderse el progreso humano, ya que el conocimiento científico, tan necesario, y deseoso de encontrar pormenorizadamente los entresijos de esa maravillosa naturaleza que nos rodea, permite transformar nuestras vidas a un ritmo tan vertiginoso, que sólo tendrá sentido si se pone a la persona en el centro de todo, como hizo nuestro Señor, tal y como hemos rememorado durante esta semana. En ella, hemos visto a Jesús acercarse a personas sedientas de él, y sin dudarlo les dió de beber su “agua viva”. Lavando los pies a sus amigos nos enseñó que da igual quién o qué seas, que lo importante es servir con humildad a quien lo necesita. Antes de saber que iba a ser prendido, quiso quedarse con nosotros para siempre, dándonos su alimento eterno en aquella última cena. Hemos sentido como propia la negación que a veces hacemos, por miedo, de nuestras creencias y valores, aunque luego nos arrepintamos, y, sin embargo, su respuesta es el perdón. Hemos revivido cada azote que sufrió, cada ridiculización pública a la que fue sometido, como cuando Pilato lo mostró en aquel balcón, coronado con espinas. Nos ha dolido ver al nazareno cargar con su propia cruz, aceptando su destino, cumpliendo aquella injusta sentencia a la que fue sometido por anteponer a las personas antes que las normas establecidas del momento. Algunos, incluso, se han atrevido a saltar las barreras para secar su rostro o ayudarle a cargar su cruz, y Jesús les correspondía mostrando que después de cada caída, siempre hay una esperanza que nos hace levantarnos y seguir nuestro camino, por muy duro que sea. Finalmente hemos presenciado su agonía, muriendo crucificado en la más íntima oscuridad y silencio, haciéndonos creer que jamás hubo una muerte tan buena. Y todo ello bajo la atenta mirada de su madre que, conocedora de su destino, y entendiendo la necesidad de que su Hijo lo sufriera por todos los demás, lo acompañaba incondicionalmente en este duro trance, hasta que pudo sujetarlo en sus manos llena de dolor, pero también de consuelo, pues, días después, la promesa se consumó y resucitó para mostrarnos el verdadero sentido de nuestra Fe.
Tenía que ser aquí, en el lugar escogido desde hace siglos por muchas familias para la formación intelectual y humana de sus hijos. La colaboración e implicación de las familias en el centro docente es fundamental en la educación. De hecho, se podría afirmar que la familia es, sin duda, la auténtica escuela que tenemos, ya que todo lo que somos, sentimos o creemos tiene su germen sin duda en ella. De ahí la importancia de esta institución, tan cuestionada en los últimos tiempos, pero de vital relevancia, pues es la auténtica célula con la que construir una sociedad mejor.
He tenido la suerte de nacer en una familia que se ha desvivido por mí desde que nací, que ha sabido sacar siempre lo mejor que llevo dentro, y pulir y perdonar lo menos bueno. Me ha transmitido su Fe, siempre mirando las necesidades de los demás, partiendo de la prudencia y la humildad. En ella he descubierto mi vocación como docente siendo testigo del cariño que los alumnos de mi padre siempre le han mostrado. Y, por supuesto, es ahí donde se me ha inculcado el amor a mi Orihuela, disfrutando con emoción cada momento especial. Todo ello lo han conseguido mis padres, que sin duda son los grandes merecedores de este reconocimiento que hoy se me brinda. Les aseguró que mi único mérito ha sido el de seguir su ejemplo.
Pero todo ello ha podido continuar gracias a mi mujer, Elena, pilar y razón de mi vida, mi gran apoyo en los momentos más extraordinarios, pero principalmente en los cotidianos, en el día a día, donde siento su amor incondicional. A pesar de su origen y sentimiento andaluz, ha sabido comprender mis raíces oriolanas, nuestras tradiciones, disfrutándolas juntos desde el principio. Y de ella he recibido los tres mejores regalos que me han hecho en esta vida, Ana, Elena y José Antonio. Gracias, no sólo por traerlos al mundo, sino porque juntos intentamos transmitirles todos esos valores que hemos recibido de nuestras familias y que, seguro, les servirán en su vida, como a nosotros nos ocurre. Es todo un orgullo de padre oriolano poder atravesar nuestra Santa Iglesia Catedral cubierto, acompañado de sus dos hijas. Espero que ellas entiendan este gesto, lo disfruten, y le sirva para afianzar aún más su educación cristiana y el cariño a esta tierra que su familia les inculca día a día. Y juntos, le contaremos al pequeño de la casa lo que ocurrió un Sábado Santo muy especial cuando sea capaz de entender. Solo espero que sienta el mismo orgullo por su padre que yo por el mío.
Tenía que ser aquí, como si de un sueño se tratara, en el que ha sido y sigue siendo mi hogar durante tanto tiempo, donde este humilde oriolano, de origen campanetero, se presente ante ustedes como Caballero Cubierto, reiterando y reforzando mi compromiso con mi tierra. Ha sido tanto el cariño recibido que será complicado poder corresponderlo, aunque pondré todo mi empeño en ello.
Feliz anochecer de Sábado Santo.
Gracias de todo corazón.
José Antonio García Gamuz, Caballero Cubierto 2018.
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