DISCURSOS DE LOS ALUMNOS pronunciados en el acto de graduación 2018. Buenas noches a todos los que han decidido acompañarnos en este día tan especial, a todos los que, de alguna manera han contribuido a que seamos quienes somos hoy. Un saludo a familiares, amigos, compañeros, director, profesores, personal del colegio, sacerdotes, y discípulas de Jesús. Esta noche no van a escuchar un discurso, sino la historia de 130 personas, que se han ido construyendo durante 15 años, y que hoy abandonan Santo Domingo siendo una sola. Seguro que recordaréis cuando no levantábamos un palmo del suelo y todos los días teníamos algún accidente: que si un jersey roto, mamá este niño me ha dicho tal, señora venga al colegio que su hijo ha vomitado… Y entonces el día que volvíamos de una pieza, abríamos el bolsillo de la mochila y…¡sorpresa! Un puñado de piedras de recuerdo. El tiempo ha pasado y al contrario de lo que pueda parecer, nuestro crecimiento interior ha sido mil veces mayor que el exterior. Y es que, si a muchos les ponéis las gafas rectangulares, el flequillo y el pelo más largo, vuelven a primaria. Mientras que, por dentro, hemos madurado, ya no somos aquellos niños inocentes y despreocupados, ahora nuestras responsabilidades son mayores y hemos crecido lo suficiente como para afrontarlas. Al igual que nos habéis visto crecer, también nosotros hemos visto cambiar al colegio y a todos los que nos habéis acompañado. Llegamos aquí con campos de tierra y uniformes granates, y nos marchamos con patios de césped y polos azules. Hemos visto a nuestros profesores casarse, tener hijos y perder pelo. Por supuesto, recordaremos aquellos años de infantil y primaria con cariño, porque realmente los disfrutamos y son irrepetibles. Los compartimos con muchos profesores y compañeros que ya no están aquí, pero que siempre formarán parte de nuestra memoria. Ojalá cuando las preocupaciones nos agobien, sepamos quitarnos las cargas de la mayoría de edad, y ponernos de nuevo esas gafas de niños, para valorar y disfrutar la vida tanto como entonces. (Ana Parra Muñoz, alumna de 2º de Bachillerato C)     Primaria fue una de esas etapas en las que crecemos a zancadas. De un día a otro dejamos de dormir la siesta en el colegio y empezamos a cargar con esas mochilas que eran tres veces más grandes que nosotros. Año tras año, los profesores nos decían a principio de curso: “Bueno, seguro que ya os sentís más mayores que el curso pasado”; y allí estábamos todos sintiéndonos casi adultos. Y es que nuestros profesores siempre nos han apoyado y nos han ido dando ese empujoncito que necesitábamos para seguir creciendo como personas. Ellos nos han enseñado a sumar y restar, y nos han enseñado valores. Tal vez piensen que no nos acordamos de ellos, pero la realidad es que los recordamos como si fueran nuestros padres. “Seño, mi boli no pinta”, “Profe, quiero ir al baño”; y allí estaban ellos cuidándonos con paciencia. Y por supuesto hay que mencionar a todos los profes que venían de prácticas, porque les cogíamos muchísimo cariño. Claro está que éramos niños y nos encantaba jugar y divertirnos. Pero es que la emoción extrema llegaba cuando nos íbamos de excursión. En la Granja Escuela nos los pasamos como nunca: vimos y tocamos a los animales y liberamos el artista que llevábamos dentro moldeando y amasando pan. En 6º de primaria fuimos por primera vez a la nieve, dos días, y volvimos convencidos de que habíamos nacido para esquiar profesionalmente. Y no puedo dejar de mencionar las tres excursiones que hicimos al descenso del río Segura, es que no nos cansábamos porque nos encantaba. Pero, aunque parezca mentira, no todo era jugar y divertirnos. También tuvimos que afrontar situaciones importantes como hacer la Primera Comunión, que fue una decisión muy significativa en nuestra vida. Y entonces llegó el primer día de la ESO, un día inolvidable sin duda. Estábamos todos sufriendo porque nos iban a separar de nuestros amigos de toda la vida y había muchos alumnos nuevos, por lo que se podía respirar el nerviosismo. Pero lo que no sabíamos es que juntarnos todos era algo que agradeceríamos siempre. Y verdaderamente, aquí donde nos encontramos todos juntos no es sólo un colegio, es nuestra casa. Todos los que convivimos aquí somos una gran familia. Por esa razón quiero agradecerles a todos ellos la gran labor que han hecho para convertirnos en lo que somos hoy todos nosotros. Y puedo asegurar con firmeza que, dentro de todos nosotros, siempre vamos a saber que fuimos alumnos del Colegio Diocesano Santo Domingo   (Caridad Murcia Selma, alumna de 2º Bachillerato B)   Fueron varios los cambios que sufrimos tanto interiores como exteriores durante secundaria. Por fin empezábamos a madurar, aunque a algunos les costó más que a otros. Todavía recuerdo cómo al entrar al claustro tras la formación de las nuevas clases me encontraba con el mar de lágrimas más grande que había visto nunca. Y es que las separaciones siempre son duras. Éramos tan ignorantes que no nos dábamos cuenta de que esa era la manera perfecta de crear un gran vínculo entre todos nosotros. Y sí, ya no estábamos en primaria, ya no teníamos únicamente que preocuparnos de hacer bien la fila o crear el mejor belén de plastilina de todo el curso, y fue durante los primeros días cuando nos dimos cuenta de que la cosa empezaba a ponerse difícil: exposiciones, teatros, controles…   Pero más difícil se volvió todo para nuestros padres y profesores con la llegada del famoso pavo, ese del que no se salvó ni uno. Todo nos daba vergüenza, ni nosotros mismos nos entendíamos y nos importaba más como teníamos el pelo que el examen de verbos del día siguiente. Sin embargo, supimos apartar esas insignificantes preocupaciones y afrontar con éxito todos los obstáculos que aparecieron en nuestro camino. Durante esos cuatro años nuevas amistades se crearon, algunas desaparecieron y otras muchas se afianzaron, reímos, sufrimos y disfrutamos de cada clase, recreo, actividad y viaje. Al terminar secundaria nos dimos cuenta de que habíamos logrado formar una verdadera familia, de las que se quieren y apoyan, de las que siempre están ahí a pesar de todo, una de esas familias admirables y todo ello gracias a los valores que se nos había inculcado a cada uno de nosotros tanto en casa como en el colegio. Llegados a este punto estábamos preparados para hacer frente a todo lo que se nos venía encima, a seguir creciendo. Entonces llegó la etapa más esperada, Bachiller, en la que pronto comenzaríamos a crear increíbles historias juntos. Recuerdo el primer día como si fuera ayer: los nervios de los nuevos estaban a flor de piel, la euforia de los reencuentros era evidente, pero más evidente era la preocupación que sentíamos por todas las responsabilidades que teníamos al convertirnos en los mayores del cole. Durante todas estas etapas de nuestras vidas nos perdimos a nosotros mismos, pero al final hemos sabido volver a encontrarnos y crear una mejor versión, única e inigualable de cada uno de nosotros. Gracias padres y centro por ayudarnos a encontrarnos. Y, sobre todo, gracias compañeros por crear junto a mí historias inolvidables. (Lidia Grau Padilla, alumna de 2º de Bachillerato D)   “¿Se puede…? “Se puede llegar antes” Y, así, toda esta etapa. Llegando tarde. Los “yo creo que llego” nos han jugado malas pasadas, viéndonos la tarde de antes sentados frente a 15 temas y haciendo selección de las cosas importantes que pueden entrar en el examen. Y, cómo no, retraso. Retraso en todo. Trabajos, presentaciones, pruebas, deberes… Nuestro problema fue que pensábamos que el final estaba lejos. Pero, míranos, aquí estamos, a las puertas de la PAU, como pollos sin cabeza, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Sin embargo, contamos con una enseñanza que nos ayuda en los momentos de estrés por lo desconocido: “hay que mantener el rumbo a pesar de las dificultades”. Dentro de estas paredes hay un lugar mágico, donde acudimos cada vez que el camino se desvía. Un lugar que calificamos como “despacho de mimitos” por el amor, comprensión y ayuda incondicional que hemos recibido allí a manos del Padre Miguel  y de la Hermana Lourdes. Y, éste, es el presente que nos ha dejado el viaje a Italia. Una vivencia que nunca más volveremos a repetir, conociendo a  gente excepcional y dando paso a lo que tenemos hoy  día, ese maravilloso despacho. Poniéndome un poco nostálgica, si tuviese que elegir entre uno de los momentos más especiales, escogería “El día de La Convivencia”, porque fue el día en el que nos sentimos partícipes de una gran familia, que nos acogió con los brazos abiertos, sin juzgarnos y queriéndonos tal y como somos, y de la que hoy nos toca despedirnos. Este día no hubiese sido tan mágico sin la ayuda de una persona muy especial. Gracias, Nieves, por darnos toda tu ayuda y por involucrarte tanto en ese día y, también, por hacer de la biología un mundo de color y fantasía. De verdad, GRACIAS. Es difícil comenzar a expresar todo lo que vivimos en unas simples líneas. Son tantas cosas, tantos sentimientos y emociones que cuesta ponerlos en orden… Esto no es una despedida, aunque lo parezca. Es curiosa la contradicción que se da hoy. Contradicción porque las despedidas suelen ser tristes, pero hoy aquí estamos celebrando que hemos terminado una etapa en nuestra vida, y las celebraciones suelen ser motivo de alegría. Para comenzar con este “hasta pronto”, quería agradecer, tanto a todos los presentes como a los que no han podido asistir, pero que también han formado parte de nuestra historia por el paso colegio (directivos, director, presidenta del AMPA, familiares, discípulas, personal de limpieza y administración sacerdotes, amigos y como no a mis maestros), todo lo que han hecho por nosotros. Por esculpir en nosotros lo que ahora mismo somos. Nuestra vida no es la misma desde el primer día que entramos en el centro. Hemos madurado, hemos aprendido a respetar, a apreciar pequeños detalles… Hoy bajamos el telón de una gran escena en nuestras vidas. Y, como no, ahora nosotras tenemos el testigo. Ahora comienza nuestra etapa. Esperamos que te sientas igual de orgullosas de nosotras, como nosotras lo estamos de ti. Gracias por todos estos años de docencia, en la que nos has enseñado la historia de una manera distinta y muy entretenida. Gracias, Mª Teresa Llegados a este punto, tan solo hay una verdad universal que debemos afrontar, queramos o no. Todo termina. Aun cuando he esperado que llegue este día, los finales jamás me han gustado. El último día de verano, el último capítulo de un buen libro, despedirse de un amigo cercano… Pero los finales son inevitables, las hojas caen, el libro se cierra, dices adiós… Hoy es un día de esos para nosotros. Hoy decimos adiós a todo lo que nos es familiar, lo que nos era cómodo. Avanzamos. Pero, aunque nos duele dejar este lugar, hay algunas personas que ya forman parte de nosotros y seguirán ahí sin importar lo que pase. No quiero finalizar este discurso sin daros un consejo: Vayáis donde vayáis, decidáis lo que decidáis ¡CORRED! Como dijo Will Smith, cuando estás corriendo siempre hay una pequeña persona que te habla y te dice “estoy cansado, se me va a salir el pulmón, me va a dar flato, me duele mucho…, estoy muy cansado, no puedo seguirte más” … y te dan ganas de abandonar. Si aprendes como derrotar a esa persona cuando estás corriendo, aprenderás como no rendirte cuando las cosas se pongan duras y a no dejar que las influencias de otras personas perjudiquen lo que en realidad queremos hacer. Así que, chicos, ¡corred! “Hasta siempre, Santo Domingo”   (Emma Navarro Cobo, alumna de 2º Bachillerato A)
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