La fortaleza es la virtud de hacer el bien aunque haya dificultades. Es la disposición interior para realizar el bien aun a costa de cualquier sacrificio.
La vida conlleva riesgo, amenaza y desafío que necesitan del coraje para afrontarlo. Este coraje aparece cuando nos enfrentamos a nuestro mundo interior, cuando luchamos contra nuestros miedos y nos enfrentarnos a nuestras inseguridades.
Son virtudes hijas de la fortaleza anímica:
– Fortaleza y Valentía
– Constancia
– Pasión por las cosas
Fortaleza y Valentía
La fortaleza implica vulnerabilidad. Ser fuerte o ser valiente significa poder recibir una herida entendida esta como toda agresión a nuestra voluntad. Es decir, todo aquello que nos es negativo que nos acarrea daño y dolor o cuanto inquieta y oprime. Si el hombre puede ser fuerte es porque es esencialmente vulnerable.
Ahora bien no se trata de vivir peligrosamente sino rectamente.
La fortaleza si no desciende hasta las profundidades del estar dispuesto a ser herido y caer está podrida de raíz y falta de eficacia. Pero no es inconsciente, o arriesgada innecesariamente, no es fuerte el necio que alegremente se arriesga.
La fortaleza solo se desarrolla como don si esta se asienta sobre la VERDAD y la PRUDENCIA, como madre del resto de las virtudes, que la dirige en su obrar. De hecho sin prudencia y sin justicia no se da la fortaleza. Es decir, solo el prudente puede ser valiente.
Porque el valiente, apoyado en la prudencia:
– Hace una valoración justa de las cosas, tanto de las que arriesga como de las que espera ganar o proteger.
– Pone su valentía al servicio de la justicia, ha de procurar el bien común y de los individuos.
La fortaleza no es:
a) Impetuosidad ciega o sólo fuerza física
b) Exponerse a cualquier peligro, pues se sobreentiende que no le da valor a su integridad personal.
Constancia
La constancia consiste en persistir en una actividad aunque existan obstáculos. Permite obtener satisfacción por las tareas emprendidas y que consiguen finalizarse con éxito. Implica ser diligente y perseverante en nuestras tareas y obligaciones.
Muchas veces debemos trabajar primero nuestras actitudes erróneas para poder encontrar nuestras fortalezas. Ideas irracionales como el perfeccionismo, la culpabilización, la anticipación o la necesidad de aprobación son capaces de enterrar cualidades y virtudes excepcionales.
Lo sustantivo de la fortaleza no es el no tener miedo sino no dejar que el miedo te lleve al mal o impida la realización del BIEN.
Sólo es fuerte aquel que hace frente a lo espantoso sin consentir que se le impida la práctica del bien, por amor al Bien, y por tanto por amor a DIOS, fuente de todo bien.
Por tanto, es más propio de la fortaleza resistir que atacar. La resistencia implica una enérgica actividad del alma de perseverancia (constancia) en la adhesión al BIEN.
Es por ello que un ingrediente de la fortaleza sea la paciencia que significa no dejarse arrebatar la serenidad ni la clarividencia del alma por las heridas que se reciben mientras se hace el bien.
Por tanto, la fortaleza es:
– Practicar una resistencia paciente, sin alboroto.
La fortaleza no es:
– Descontrol, desesperación o desordenado estado de tristeza.
Pasión por las cosas
Esta virtud implica afrontar la vida con entusiasmo y energía. Hacer las cosas con convicción y dando todo de uno mismo. Permite vivir la vida como una apasionante aventura, sintiéndose vivo y activo, al tiempo que equilibrado, libre y sólido.
Cuando el mal o el dolor es inevitable tendremos que atacar pero con animosidad y confianza en Dios. Esa lucha vital nunca deberá estar dominada por la ira o la sola confianza en uno mismo.
La fortaleza no es:
– Capitular ante la estupidez, la pereza, la ceguera o la maldad.
Al contrario, la fortaleza es:
– Aferrarse al bien y practicarlo. Dándolo lo todo en la búsqueda del BIEN.
Porque la más extrema fuerza del bien se revela en la impotencia:
“Mirad os envío como ovejas ante lobos” (Mateo 10,16)
Y la confiada respuesta del hombre de depositar su ser en DIOS. (Salmo 22, “El señor es mi pastor, nada me falta”).
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