UN NUEVO CURSO DE UNA CATEDRAL DEL CONOCIMIENTO
Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo, Autoridades institucionales y académicas, Profesores, Padres, Alumnos y Familiares.
Decía un conocido filósofo que “no debemos pensar sólo en el mundo que dejamos a nuestros niños, sino en los niños que dejamos a nuestro mundo”.
Estas palabras nos invitan a pensar que educar es la actividad fundacional de la especie humana, y que educar es la actividad más alta de la inteligencia humana.
Fomentar el talento de los individuos y de las colectividades es sin duda nuestra mejor tarea.
Hablar de la educación como el cuidado del talento de los individuos y de las colectividades, supone hablar de la inteligencia triunfante, la inteligencia capaz de resolver los problemas y avanzar con resolución; esa que incluye, por supuesto, la idea de excelencia, de logro, de eficacia.
Ciertamente hay muchas inteligencias diferentes, por lo tanto hay, también, muchos talentos distintos -musicales, científicos, atléticos, literarios, artísticos, etc…-, cada uno de los cuales supone un especial tipo de destreza, competencia se dice ahora.
No todos valemos para todo. Einstein fue un científico genial y un pésimo violinista. Así es la vida. El papel de la educación es lograr que el talento especial que cada uno tiene “tire” del resto de los talentos, que aquello que nos hace especialmente talentosos estimule a los otros en los que resultamos más mediocres.
La grandeza y especificidad de la tarea de educar se entenderá mejor si les cuento una historia, un relato que estimo muy adecuado para lo que estamos hablando y desde donde estamos hablando.
Una historia que me contó recientemente mi buen amigo, el Inspector de Educación Vicente Díaz, original del profesor Marina.
Ocurrió hace mucho tiempo en una ciudad castellana en que se estaba construyendo una Catedral.
Un paseante curioso se acerca al lugar donde trabajan los canteros. Se acerca a uno de ellos y le pregunta: Y usted, ¿qué está haciendo? Pues ya ve, sudando con esta maldita piedra, fastidiado por este sol y este trabajo tan duro y aburrido.
El paseante se acerca al segundo cantero, ocupado en la misma tarea. Y usted, ¿qué está haciendo? Pues lo que me han mandado, tallar esta piedra para un muro que estamos realizando.
Todos los que participamos en los procesos educativos -profesores, estudiantes, directivos- estamos construyendo una Catedral,colaborando en el grandioso proyecto de mantener la humanidad y trascendencia de nuestra especie, de garantizar el futuro, de edificar un mundo habitable, y eso libra a nuestras acciones diarias de la insignificancia y el sinsentido. Con la pequeñez de nuestras acciones estamos creando un mundo, haciendo realidad una utopía: cuidar del talento de los niños que dejaremos a nuestro mundo.Por fin, el curioso se acerca al tercer cantero, que hace lo mismo que los anteriores, y vuelve a preguntar: Y usted, ¿qué está haciendo? Acaso no lo ve, ¡¡¡Estoy construyendo una Catedral!!! –responde entusiasmado.
La educación, pues, se convierte en la gran esperanza. Una esperanza que viene haciendo realidad, desde hace ya casi 60 años, esta Catedral del Conocimiento que es el Colegio Diocesano de Santo Domingo de Orihuela. Una institución que viene posibilitando que miles de niños y jóvenes de esta tierra, sus alumnos, hayan alcanzado brillantemente los aprendizajes necesarios para la sociedad del conocimiento: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir con los otros. Los cuatro pilares de la educación, los cuatro tesoros que, según Jacques Delors, propagan esas catedrales del aprendizaje a las que honra desde 1956 ésta Catedral del Conocimiento que hoy inaugura un nuevo curso.
¡ENHORABUENA A TODOS!
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