Recibiendo a nuestro Nuevo Obispo Jesús

EL MINISTERIO DEL OBISPO

«Los Obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres consigan la salvación» (LG 24; cf. ChD 1)

1. Los obispos, sucesores de los apóstoles

«Los Obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres consigan la salvación» (LG 24; cf. ChD 1)

1. Los obispos, sucesores de los apóstoles

Jesucristo edificó su santa Iglesia enviando a su vez a los apóstoles corno El mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn 20,21). Y el Nuevo Testamento relata cómo los apóstoles poco a poco van buscando nuevos colaboradores en cuyas manos dejan el cuidado de las comunidades cristianas recientemente constituidas, confiriéndoles su misma misión por medio de la imposición de las manos: «No descuides el don que posees. Te fue dado por una intervención del Espíritu con la imposición de las manos del colegio de presbíteros» (1 Tim 4,14). Este gesto de los apóstoles de conferir a otros su misión es consecuencia de la voluntad de Cristo. La misión confiada por Cristo a los apostoles tiene que durar hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), por eso los apóstoles se preocuparon de instituir a sus sucesores. Es lo que llamamos ministerio apostólico (cf LG 20; AG 4).

 Un recorrido por la patrística nos permitiría afirmar que los que hoy designamos como «obispos» fueron señalados desde los comienzos como los auténticos sucesores de los apóstoles en el ministerio. De este modo S. Ignacio de Antioquía llega a valorar al Obispo como el centro de la vida eclesial y dice a la comunidad de Magnesia: «así como el Señor no ha hecho nada, por sí o por medio de sus apóstoles, sin el Padre, con quien es uno, así tampoco vosotros hagáis nada sin el Obispo y los presbíteros»1 . Para Ignacio, el presbiterio está unido al Obispo como las cuerdas a la lira, guardando así una semejanza con los apóstoles alrededor de Jesús2. De igual modo S. Cipriano habla del ministerio del Obispo y de la unidad eclesial: si alguien no está con el Obispo, no está con la Iglesia3.

 Así pues, el Señor Jesús instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. Jesucristo es la Cabeza. Y Él quiso que su mismo papel de cabeza de la Iglesia siguiese vivo a través de Pedro y los apóstoles y sus sucesores: el Papa y los Obispos. Ellos están al servicio de todo el Pueblo de Dios como Jesús, el Buen Pastor. De esta manera, la Iglesia es conducida en el transcurso del tiempo por la acción del Espíritu Santo y de los sucesores de los apóstoles.

 No es que cada Obispo suceda a cada apóstol, sino el conjunto de los Obispos, presididos por el Papa, sucede al conjunto de los apóstoles presidido por Pedro. A esto lo llamamos colegialidad.

 «El romano pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la multitud de fieles. Cada uno de los Obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de la unidad en sus Iglesia particulares…Por eso cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia con el vínculo de la paz, del amor y de la unidad» (LG 23)

 2. La misión de los obispos

2.1. Enseñar

 Según S. Pablo era la misión primordial de los apóstoles (cf. 1 Cor 1,17; 9,16) hasta el punto de buscar colaboradores para la acción caritativa, reservándose para ellos el ministerio de la predicación (cf. Hch 6/2-4).

 El Vaticano II enseña que entre los oficios principales de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio porque ellos son los pregoneros de la fe y los maestros auténticos que predican al pueblo la fe que ha de creerse y ha de hacerse vida (cf. LG 25). En virtud de esta misión, los Obispos deben proponer a los hombres «el misterio de Cristo en su integridad, es decir, aquellas verdades cuya ignorancia supone no conocer a Cristo» (ChD12).

Por su parte, los fieles deben corresponder a las enseñanzas de los Obispos sobre una materia de fe y costumbres con actitud de escucha y deseo de aceptación gozosa (cf. LG 25).

 2.2. Santificar

 Los apóstoles ejercieron su ministerio sacerdotal, como intrínsecamente
unido al sacerdocio de Cristo mediante: la administración del Bautismo (cf. Mc 16,16; Hch 2,41), la celebración de la Eucaristía (cf. Lc 22,19; 1Cor11, 23ss; Hch 2, 42), el perdón de los pecados (Jn 20, 21ss), la imposición de manos como transmisión de un don del Espíritu Santo (1Tim 5, 22; 2Tim 1, 6ss).

El Obispo, revestido de la plenitud del sacramento del Orden, es el «administrador de la gracia del sumo sacerdocio» (LG 26). Por el ejercicio de esta misión santificante hace posible que el Pueblo de Dios participe de la plenitud de la santidad de Cristo, de manera que una de sus grandes preocupaciones será «promover la santidad de sus clérigos/ religiosos y laicos, según la vocación particular de cada uno y sentirse obligados a ofrecer un ejemplo de santidad, con amor, humildad y sencillez de vida»

(ChD15).

 2.3. Regir y apacentar

En la Iglesia, la autoridad está al servicio de la unidad. En este sentido el Obispo es creador de unidad: cuida de la comunión en su diócesis y con la Iglesia universal.

 Un recorrido por el Nuevo Testamento, donde se nos narra la vida de la primera comunidad cristiana, desvela cómo los apóstoles asumen esta misión de gobierno no despóticamente sino como quien «sirve» (cf. Mc 10,41ss; Lc 22, 24ss).Ya desde el principio dirigen la comunidad de Jerusalén (cf. Hch 2, 37-42) y hacen notar su autoridad en casos de conflicto o como ocurrió en Corinto ante el tema de la diversidad de carismas (1Cor 12-14), pero siempre con la prudencia de escuchar antes a los «ancianos» y a la asamblea tal como sucedió en el concilio de Jerusalén (Hch 15, 1ss).

 En virtud de esta misión los Obispos tienen como oficio pastoral el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas, teniendo siempre ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor. El Concilio resalta además, que a los Obispos no se les puede considerar simples vicarios del Papa puesto que disponen de una potestad propia. Potestad que no queda suprimida por el poder supremo y universal.

 Como respuesta a este cuidado de los Obispos, los fieles «deben estar unidos a su Obispo, como la Iglesia a Cristo, y como Jesucristo al Padre, para que todo se integre en la unidad y crezca para gloria de Dios» (LG 27).

 3. El Obispo, el Buen Pastor de la Diócesis

 Aunque todos los obispos unidos entre sí y en comunión con el Papa tienen el deber de cuidar de la Iglesia universal y la tarea de evangelizar el mundo, sin embargo, a cada Obispo se le confía una porción del Pueblo de Dios que se llama Iglesia particular o diócesis. El es el principio y fundamento visible de la unidad y comunión de la Iglesia diocesana y el que la mantiene unida a la Iglesia universal.

 Cuando el próximo octubre se cumpla el 50 aniversario del Concilio Vaticano II tendremos la ocasión propicia para releer los documentos conciliares. Respecto a la iglesia diocesana y su obispo os invito a profundizar en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, de manera especial en el capítulo III, y en el Decreto Christus Dominus sobre el ministerio pastoral de los obispos.

Conocer nuestra diócesis y su pastor, nos ayudará a sentir con la Iglesia, a celebrar con mayor gozo el Año de la fe al que nos ha convocado el santo padre Benedicto XVI.

José Antonio Gea Ferrández,

Vicario Episcopal zona I (Vega Baja del Segura)

1 IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Mag. VI, 1

 2 IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ef. IV,1 y Esm. VIII,1

 3 CIPRIANO, Carta 66, VIII, 3: “Episcopum in Ecclesia esse et Ecclesiam in episcopo, et si quis cum episcopo non est, in Eclesia non esse». 

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