EN LA ENTREGA DE LAS INSIGNIAS “PRO ECCLESIA DIOCESANA” 
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Con gozo, y unido y en nombre de la familia educativa del Colegio Diocesano Santo Domingo de Orihuela, presento a D. Ildefonso Moya Martínez. Nació en Totana (Murcia) en el año 1935. Estudió en la Universidad de Murcia la licenciatura de Filosofía y Letras, sección Historia.

Casado con Dª María Dolores Arnao tiene tres hijas: Eulalia, Mª Dolores y Mª del Carmen.

Comenzó su andadura en Murcia con prácticas en el Instituto Alfonso X el Sabio, tercero de los fundados en España, anexo al Obispado, y pronto marchó a Cannes como profesor ayudante de Lengua española en el Lycée Carnot, en el departamento de los Alpes Marítimos, en el curso 1961-62. En unas cortas vacaciones recibió una llamada del entonces Obispo, D. Pablo Barrachina y Estevan, que en aquellos momentos fue Administrador Apostólico de la Diócesis de Cartagena, y fue recibido por el entonces director D. Alejo García, con el cual llegó al compromiso de trabajar por un año con carácter renovable. Por empeño de D. Alejo, aquella conversación se dio toda en francés.

Así, D. Ildefonso se incorporó en el año 1962 a una familia educativa formada por 12 sacerdotes diocesanos y 18 profesores laicos que formaron una auténtica comunidad intelectual y de vida cristiana. El histórico colegio, con orígenes en el siglo XVI como Universidad Pontificia, estaba en el séptimo curso de su actual etapa como colegio Diocesano y contaba con 350 alumnos. Hoy llega a 1612 alumnos y 98 profesores.

 

D. Ildefonso –me dicen los que convivieron con él y me ayudan a poner espíritu en estas palabras- sólo hizo una cosa en el colegio: amarlo; lo amaba, lo quería, viviendo su vida como vocación en auténtica pasión educativa. Su vida ha sido Santo Domingo en constante entrega generosa, humilde, y en inquebrantable comunión con los pastores de la Iglesia Diocesana.

D. Ildefonso, -así como seguro otros sacerdotes y profesores de su talla[1]-, infundía a todo alumno y profesor que se iba incorporando al colegio un espíritu significativo: trabajar o  estudiar en Santo Domingo se convertía en algo distinto; suponía exigencia intelectual, tensión espiritual, misterio, fraternidad, compromiso, que hacían de Santo Domingo un colegio único dentro de la belleza de aquellos muros.

Trabajó durante 38 años como profesor. Pero la Iglesia Diocesana le debe mucho más, durante 21 años, nombrado por el Obispo D. Pablo, fue Director Técnico Pedagógico desde 1970 a 1991, el primero de condición laical. Su asignatura preferida fue siempre la Historia del Arte, también dio clases de Geografía en la Escuela de Magisterio de la Iglesia “Jesús Maestro”, que funcionó en el colegio desde 1963 hasta 1970.

Actuó de coordinador de todos los profesores, en el curso 1965-66, bajo la dirección de D. Alejo, en la preparación del equipo de doce alumnos de 5º y 6º de Bachiller para participar en el concurso de TVE denominado “Cesta y Puntos”. Consiguió ganar la final nacional después de pasar las distintas fases de la eliminatoria. Para el colegio supuso un indicador de su calidad educativa y lo situó como colegio referente a nivel provincial y nacional con lo que entre muchas cosas potenció su internado y elevó su prestigio, desarrollo y crecimiento.

Fue uno de los que apoyó y dirigió, gracias a la propuesta del Obispo D. Pablo en el curso 1975, la integración plena a Santo Domingo del colegio de párvulos y primera enseñanza de las Religiosas Discípulas de Jesús situado en  la plaza del Marqués de Rafal, fundado en el curso 1954-55. En su tiempo también se constituyó la primera Asociación de Padres y fue testigo de la incorporación de las chicas al colegio en el 1979-80.

Podemos decir que su vida fue entrega generosa y humilde, para él lo primero fue siempre el colegio; para encontrarlo los de su propia casa tenían que ir siempre a buscarlo entre las aulas y los claustros históricos, o por los despachos entre sus compañeros profesores. Su vida fue una identificación plena con el proyecto educativo Santo Domingo sin separar educación y evangelización.

Actualmente disfruta de su merecida jubilación en su pueblo natal de Totana rodeado de toda su familia,  en donde ha podido seguir ejerciendo su labor intelectual, llegando a doctorarse con una tesis acerca del escultor de el Pilar de Horadada, José Sánchez Lozano, cuya obra religiosa está extendida por todo el sureste español.

Hoy sigue sirviendo en la caridad a Cristo el Señor en las personas necesitadas inmerso en los proyectos de Cáritas Parroquial de Totana. El me decía que no merecía nada, es verdad, “ha hecho lo que tenía que hacer”, pero hoy de corazón le queremos decir: ¡gracias!.

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